RICHARD SERRA
El 2 de Noviembre cumplió años este extraordinario artista contemporáneo.
Richard Serra es un reconocido escultor estadounidense conocido por trabajar con grandes piezas de acero corten. Considerado uno de los mejores escultores vivos, Serra obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en 2010.
Compromiso y volumen artísticos le causan algunos disgustos. En 1981, su obra Arco Inclinado es instalada en la Plaza Federal de Nueva York. Con sus tres metros y medio de altura y una longitud de casi cuarenta metros (su grosor, en cambio, es de centímetros), los ciudadanos que tienen que cruzar el lugar se encuentran con una incómoda pared de metal y exigen su retirada. Una votación pública, finalmente, recomienda su traslado. Serra, que concibe cada obra en función del lugar en que quedará emplazada, no pasa por el aro y exige su destrucción. "O es ahí, o no será", parece decir el artista. En 1989, la descomunal escultura es desmantelada y convertida en chatarra, convulsionando al escenario cultural. ¿Quién decide dónde situar el arte? ¿Los políticos? ¿La ciudadanía? ¿Los artistas? Serra, provocador, echa más leña a la hoguera: "El arte no es placentero. No es democrático. El arte no es para el pueblo".
Su obra, en cambio, desmiente tan arriesgada afirmación. No hace falta saber nada para admirar su monumentalidad. Lejos de abrumar, las medidas de sus esculturas incitan al espectador a olvidar su rol pasivo, obligándolo a tocarlas y pasear entre ellas. Ciudades de medio mundo se pelean por albergar sus creaciones: Londres, Berlín... Los franceses le entregaron su Medalla de las Artes.
Richard Serra es un reconocido escultor estadounidense conocido por trabajar con grandes piezas de acero corten. Considerado uno de los mejores escultores vivos, Serra obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en 2010.
Compromiso y volumen artísticos le causan algunos disgustos. En 1981, su obra Arco Inclinado es instalada en la Plaza Federal de Nueva York. Con sus tres metros y medio de altura y una longitud de casi cuarenta metros (su grosor, en cambio, es de centímetros), los ciudadanos que tienen que cruzar el lugar se encuentran con una incómoda pared de metal y exigen su retirada. Una votación pública, finalmente, recomienda su traslado. Serra, que concibe cada obra en función del lugar en que quedará emplazada, no pasa por el aro y exige su destrucción. "O es ahí, o no será", parece decir el artista. En 1989, la descomunal escultura es desmantelada y convertida en chatarra, convulsionando al escenario cultural. ¿Quién decide dónde situar el arte? ¿Los políticos? ¿La ciudadanía? ¿Los artistas? Serra, provocador, echa más leña a la hoguera: "El arte no es placentero. No es democrático. El arte no es para el pueblo".
Su obra, en cambio, desmiente tan arriesgada afirmación. No hace falta saber nada para admirar su monumentalidad. Lejos de abrumar, las medidas de sus esculturas incitan al espectador a olvidar su rol pasivo, obligándolo a tocarlas y pasear entre ellas. Ciudades de medio mundo se pelean por albergar sus creaciones: Londres, Berlín... Los franceses le entregaron su Medalla de las Artes.
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